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La producción mundial de plásticos alcanzó en 2022 un total de 400 millones de toneladas y, según las proyecciones actuales, esa cifra podría duplicarse para el año 2050, superando los 800 millones. A pesar de esta expansión industrial, las tasas de reciclaje siguen estancadas en niveles alarmantemente bajos: apenas el 9 % del total producido se recicla efectivamente. Un estudio reciente, que examinó el flujo completo de la cadena de suministro del plástico, desde su origen hasta su destino final, demuestra que el sistema global de gestión de residuos plásticos está al borde del colapso funcional.
De los 268 millones de toneladas de plástico que fueron desechadas en 2022, sólo 75 millones se destinaron al reciclaje. Sin embargo, incluso ese número es engañoso: sólo la mitad de los residuos recolectados como reciclables terminaron siendo transformados en nuevos productos. La dificultad técnica del reciclaje —derivada de la contaminación por alimentos, etiquetas, y aditivos químicos— genera que buena parte de los plásticos no puedan ser reutilizados de manera eficiente o rentable. Mientras tanto, el 34 % de los residuos plásticos son incinerados, el 40 % acaban en vertederos y cerca del 11 % no tienen ningún tipo de manejo adecuado.
La raíz del problema no es sólo tecnológica, sino también económica. El estudio revela que fabricar plástico virgen suele ser más barato que reciclar, en parte porque el 98 % de los plásticos nuevos provienen de combustibles fósiles, un insumo subsidiado y ampliamente disponible. Solo un 2 % proviene de fuentes orgánicas. En consecuencia, apenas el 9.5 % del total de plásticos producidos en 2022 se fabricaron a partir de material reciclado, perpetuando un ciclo lineal que contraviene todos los principios de economía circular.
El informe emerge en un momento crucial, justo cuando se celebran negociaciones internacionales para la redacción de un tratado mundial sobre el plástico. Aunque aún no hay un consenso definitivo, el tratado podría establecer límites a la producción y priorizar enfoques centrados en la reducción, el rediseño y la reutilización, en lugar de confiar ciegamente en la promesa del reciclaje. Los científicos que participaron en el estudio subrayan que detener o desacelerar el flujo de nuevos plásticos es esencial para evitar el agravamiento de la crisis ecológica.
Organizaciones ambientalistas como Greenpeace han reaccionado con contundencia. Laura Burley, jefa del equipo de plásticos de Greenpeace UK, calificó al reciclaje como “una táctica de distracción” diseñada por las grandes petroleras. En su opinión, la narrativa del reciclaje ha sido manipulada para que la población crea que está resolviendo el problema mediante el consumo responsable, mientras que las empresas siguen aumentando la producción de plástico virgen sin restricciones. Según Burley, la verdadera solución no está en cómo se maneja el residuo, sino en cómo se previene: reduciendo drásticamente la producción desde el origen.
La paradoja del reciclaje
El estancamiento de las tasas de reciclaje no es un fracaso logístico menor: es una crisis estructural de escala global. El modelo actual de consumo y descarte masivo de plásticos, sostenido por una falsa promesa de reciclabilidad, ha generado una dependencia tóxica de un material que no solo inunda océanos y suelos, sino que también contribuye activamente al cambio climático. La quema de plásticos, práctica frecuente en países sin infraestructura de reciclaje robusta, libera gases de efecto invernadero, comprometiendo los objetivos de descarbonización global.
El análisis económico detrás del reciclaje revela un sistema pervertido por incentivos mal alineados. Mientras los combustibles fósiles sigan subsidiando la producción de plásticos vírgenes, y mientras el costo de recolección, clasificación y procesamiento siga recayendo sobre gobiernos y consumidores, el reciclaje difícilmente podrá competir como opción industrial viable. El resultado es un espejismo verde que posterga soluciones reales y profundiza el desequilibrio ecológico.
En este contexto, cualquier tratado internacional que pretenda combatir la contaminación plástica sin incluir medidas drásticas sobre la producción está destinado al fracaso. Los países más industrializados, particularmente aquellos con grandes industrias petroquímicas, enfrentan un dilema: proteger sus intereses corporativos o reconfigurar de raíz el modelo de consumo global. La presión ciudadana será clave para inclinar la balanza hacia un acuerdo verdaderamente transformador.
El desafío de fondo es cultural. El plástico, omnipresente y conveniente, ha moldeado hábitos de consumo durante generaciones. Pero la falsa narrativa de que su uso masivo puede resolverse con un contenedor de reciclaje es insostenible. De cara a 2050, el mundo se enfrenta a una decisión ineludible: reducir radicalmente la producción y rediseñar desde cero los modelos de empaque y consumo, o aceptar que los océanos, el aire y los cuerpos humanos seguirán acumulando microplásticos sin retorno.